«Solo quiero que se esfuerce un poco más». «No entiende que en la vida tendrá que esforzarse». «Las buenas notas sin esfuerzo no nos valen»… ¿Has repetido frases como estas, como si fueran un mantra? Quizá sea la hora de revisarlas.
¿Sigue vigente el concepto «esfuerzo»?
A menudo oigo a familias que se quejan de que sus hijos podrían hacer más. A nivel académico y personal. Y no lo dicen tanto porque los resultados sean malos, sino porque creen que el esfuerzo es importante y necesario. Porque en la vida tendrán que esforzarse. Y presionan a los hijos para ver «más esfuerzo» en su actitud.
Ahora bien: ¿Sigue vigente este concepto del esfuerzo, basado en “hacer más de lo mismo”, actualmente? ¿O debemos alimentar otros valores en nuestros hijos?
Me gustaría comentaros como lo veo, aunque quizás mi razonamiento no guste a todo el mundo.
El esfuerzo como motor de prosperidad… para nuestros antepasados
Nuestros padres tenían claro el valor del esfuerzo. Si se esforzaban suficientemente podían cambiar su destino, podían progresar en la vida. ¿Ejemplos? Estudiar más para conseguir un trabajo mejor, trabajar más horas para ser promocionados a un cargo superior, impresionar a sus jefes para ganar más dinero. A ellos les funcionó. En un país por hacer y en una economía creciente, esforzarse era sinónimo de mejora.
A los nacidos entre los 60 y los 80, nos inculcaron como parte de nuestra educación el valor del esfuerzo. Como a nuestros padres les había sido útil, escribieron con fuego en nuestro ADN que si nos esforzábamos, el mundo sería un sitio mejor y más feliz para nosotros. Y que sin esfuerzo no llegaríamos a ninguna parte (y peor aún: si llegábamos, no seríamos merecedores del premio).
El esfuerzo no siempre tiene recompensa
Las crisis macroeconómicas de 1993, la de 2008-2014, o la actual (causada por la pandemia) han ido empobreciendo a gran parte de la sociedad. Los sueldos reales (quitando la inflación) están estancados desde hace 30 años (1) y la economía se ha vuelto muy precaria con las reformas laborales.
Todo ello conforma un entorno muy desmotivador: el esfuerzo ya no es sinónimo de mejora y es imposible vender a los jóvenes el concepto «si te esfuerzas, progresarás». Hoy parece que sólo si tienen suerte y/o contactos, si se van al extranjero, o si se dejan la piel hasta la extenuación conseguirán crecer laboralmente.
La tecnología iba a cambiar la sociedad a mejor
Decía Luis Racionero ya en 1983 (en el libro “Del paro al ocio”) que las mejoras tecnológicas debían permitirnos una mejor calidad de vida. Las mejoras en la productividad permitirían una sociedad más hedonista, con más tiempo para el ocio y tiempo de calidad fuera de la vida laboral.
Casi 40 años después, ese cambio no se ha producido. Continuamos trabajando 40 horas (con suerte), con sueldos que no llegan al mínimo de subsistencia para muchos ciudadanos y con frecuencia con nulas perspectivas de mejora.
El esfuerzo entendido como “hacer más de lo mismo” queda cada vez más lejos de ser una fuente de progreso y comienza a sonar a quimera para muchos jóvenes. Pero los padres y madres seguimos insistiendo: «quiero que aprenda a esforzarse».
El ejemplo del Autotune
Estaba viendo recientemente un vídeo de Jaime Altozano, músico y divulgador, donde defendía el Autotune. Este software permite mejorar las interpretaciones de los músicos y cantantes en las grabaciones, corrigiendo defectos y compensando posibles carencias de los intérpretes. Decía Jaime que a pesar de que la tecnología permite mejorar visiblemente el resultado del trabajo de los músicos, mucha gente considera que el uso del Autotune es un sacrilegio porque da reconocimiento a músicos que no tienen la calidad necesaria. Intérpretes que no «se han esforzado lo suficiente» en mejorar su técnica vocal o instrumental.
El equivalente serían estudiantes con buenas notas pero que «no se han esforzado lo suficiente». Jaime, en cambio, celebra que esta tecnología permita a los músicos dedicar tiempo a crecer en otros aspectos, como la creatividad o la investigación de nuevas sonoridades para llegar mucho más lejos.
¿Qué debemos valorar en los hijos? ¿El resultado o el esfuerzo? ¿Es indigno un buen resultado cuando no han tenido que poner tanto esfuerzo?
Mi propuesta
Si entendemos el esfuerzo como la dedicación de más horas a estudiar cuando las notas ya son aceptables, o a perfeccionar un trabajo académico cuando ya está suficientemente bien, estamos luchando una guerra perdida: los jóvenes no ven la utilidad y sólo conseguiremos discutir.
Animo a los padres y madres que me leéis a dejar de insistir en este tipo de esfuerzo «de toda la vida», y a empezar a pensar dónde será más provechoso y enriquecedor enfocar el esfuerzo de los hijos.
¿Y si les ayudáramos a utilizar este esfuerzo en el desarrollo de valores como la “creatividad” o la “flexibilidad”? ¿Y si empujamos a los hijos a crecer en sus “soft skills”? Porque el mundo que llega pide más empatía, capacidad de comunicación, gestión del tiempo o bondad entre otras características. Y ese esfuerzo SÍ que les será útil y les hará crecer. Y lo entenderán mucho mejor que simular que estudian mientras piensan en las musarañas.
En resumen
Creo que es hora de cuestionarnos el esfuerzo tradicional, aquél que se refiere a dedicar más tiempo a las tareas académicas haciendo más de lo mismo, cuando el resultado ya es lo suficientemente bueno, sólo para que los hijos aprendan el valor del esfuerzo. Y dedicar nuestra energía parental a ayudarles a desarrollar otros aspectos de crecimiento personal que les serán mucho más necesarios.
(1) Fuente: OCDE, diario Nius https://bit.ly/3Ix5exf