Nuestros hijos y la tecnología: ¿Qué es normal?

Joves enganxats

“¡Si es que no sale de la habitación!” “¿Y si es adicto al juego o al móvil?”

En los últimos años, hemos pasado de las típicas “¡Es que no está nunca en casa! ¡Siempre con los amigos! ¡Si al menos supiéramos qué hace!” a unas innovadoras e inquietantes “¡Es que no sale de su habitación! ¡No queda nunca con sus amigos!”

Todo ha cambiado.

En el momento en que la tecnología entró en la vida de nuestros hijos cambiaron, entre otras, la forma en que se relacionan con los demás y su forma de divertirse. Veámoslo con más detalle:

– La socialización: Las redes sociales y las apps de mensajería ayudan a estar continuamente conectados sin el riesgo ni la dificultad de hablar de forma presente (“en persona”). Además, las redes sociales nos permiten diferir respuestas (1) y manipular las emociones (2), creando entornos “seguros” y facilitándonos las conversaciones. Dado que todo lo que no se usa se estropea, las habilidades sociales no llegan a desarrollarse. Es el círculo vicioso de la comunicación: si no la practican, les cuesta más; si les cuesta más, prefieren no practicarla. Y acaban prefiriendo relacionarse virtualmente.
– La diversión: No hay que ir muy atrás con la máquina del tiempo para visualizarnos a nosotros a su edad. Madelman, Heidi, Walkman, Pokémon, Tazos, Gameboy, DragonBall y, frecuentemente, rodeados de amigos. La pandilla, grupo, peña… por encima de todo. Y, a la mínima que podíamos, a la calle o al bar, o a donde sea para tener cierto espacio vital. Para poner cierta distancia con los padres. Nuestros hijos, por suerte, ya no necesitan poner distancia de por medio con nosotros: están a gusto, se sienten protegidos y queridos, tienen lo que necesitan. ¿Para qué salir?

Otro factor destacable para entender a nuestros hijos es la educación que les hemos dado. Con la mejor de las intenciones, hemos querido que no sufran. Les hemos estado muy encima para apoyarles, animarlos y evitarles frustraciones. Les hemos (a menudo) sobreprotegido, creando una generación con la autoestima poco desarrollada y, por ello, con poca valentía para salir, quedar, hablar, conocer, mostrarse, entregarse.
Naturalmente, hay jóvenes más propensos que otros a comportarse así; aquellos que tenían tendencia a la introversión, han encontrado su paraíso.

Todo seguirá cambiando.

Algunos padres intentamos que nuestros hijos se comporten como lo hacíamos en nuestra época. Nos haría ilusión verlos relacionarse y divertirse de la manera que lo hacíamos nosotros. Porque lo consideramos más sano, menos peligroso, y sobre todo porque creemos que ellos serían más felices.
La “mala” noticia es que ya hemos cruzado el punto de no-retorno.

– La tecnología va a seguir evolucionando y permitiendo que la diversión sea más individualizada (como, por ejemplo, las gafas de realidad virtual).
– La presión social seguirá pidiéndonos más y más “likes” en las redes y en la vida, dañando así la autoestima (especialmente de los más jóvenes).

La sociedad, y con ella la forma de comportarse de nuestros hijos, no volverá a ser como antes.

¿Qué hacemos?

Antes de nada, asegurarnos de que no tenemos hijos adictos a la tecnología o al juego por internet. Si vemos que no tienen ninguna otra motivación, la consulta a un psicólogo es obligatoria.
A continuación, empecemos a aceptar la situación: nuestros hijos se relacionarán diferente de nosotros. Ya sea en persona, a través de Skype, de un micrófono en un ordenador jugando a League Of Legends, o en grupos de Whatsapp. Punto.
Asegurémonos que les dejamos espacio para el crecimiento de su responsabilidad (y con ella, su autoestima) para que puedan relacionarse sanamente.
Informémosles de los riesgos de la tecnología desde la curiosidad (“¿Cómo ves tú esto de que dicen que los jóvenes sólo hablan por whatsapp?”) y la naturalidad.
Y especialmente, seamos ejemplo de buena socialización. Aprendamos a dejar el móvil en el recibidor de casa. A hablar mientras comemos juntos. Y no olvidemos invitar amigos a casa.
Ya se sabe que los hijos no hacen lo que les decimos sino lo que hacemos, y últimamente oigo muchas voces de adolescentes diciendo que son sus padres los que están realmente enganchados al móvil.

(1) A diferencia de las comunicaciones en persona, hablar por redes o Whatsapp nos da una enorme sensación de seguridad porque disponemos de tiempo suficiente para pensar los mensajes y asegurarnos de que “no hacemos el ridículo”.
(2) Los emojis y los gif (imágenes animadas) nos ayudan a decir aquello que creemos que nuestro interlocutor quiere oír y de una manera que muchas veces sonaría falso (“fake”) en las comunicaciones en persona.

Foto: Carles Ventura